Cultura

Músico poeta y compositor18 años sin el «Cuchi» Leguizamón

El sábado próximo cumpliría 101 años. Sus obras perduran en el folclore nacional.

Siempre, cuando se habla de Salta, uno va recordando a sus grandes referentes musicales con la alegría de sus composiciones en los labios del pueblo que tanto lo quiere. El claro ejemplo del doctor Gustavo “Cuchi” Leguizamón.
Hoy, 27 de septiembre se cumplen 18 años de su desaparición física, mientras el 29 de septiembre estaría cumpliendo 101 años, según informó El Tribuno.

El éxito de sus obras no lo sacó de su Salta natal y merced a su profesión y sus tareas como docente, nunca necesitó hacer de su actividad artística un medio de vida. Decía: “La música me liberó para siempre de la vergüenza de vivir de la discordia ajena”. 

Fue el piano el instrumento elegido para acompañarlo toda su vida, señalando los especialistas que su música es la de un autodidacto que se formó bajo distintas esferas musicales. Enriqueció la música sin ponerle revoques. Era un libro abierto y todo lo vivió intensamente. Supo arrancar del piano esas melodías que suelen dar a la zamba un vuelo aristocrático, como el Cuchi solo puede hacerlo. 

Más que ninguno supo interpretar las letras de los poetas, la mayoría de sus canciones llevan la hermosa poesía de otro salteño incomparable, Manuel Castilla. Registró en Sadaic 82 composiciones. Otros poetas fueron Juan Carlos Dávalos, Jaime Dávalos, César Perdiguero, Armando Tejada Gómez, Nella Castro, Perecito, Walter Adet, sin olvidar canciones con la poesía de Pablo Neruda o Jorge Luis Borges.

Sus sonoras carcajadas se fueron haciendo costumbre, mientras que silbando le fue poniendo música a sus zambas por las calles de Salta. Habría que agregar su labor didáctica que dio frutos del más alto nivel, como el Dúo Salteño. El Cuchi Leguizamón no se limitó a su labor de compositor, también fue un exquisito poeta de sus propias obras.

 

La Pomeña, de Leguizamón y Castilla, interpretada por el Dúo Salteño

Como autor de la música de la película “La redada”, donde además participó como actor, su obra musical se fue convirtiendo en eterna y ha entrado en los vericuetos de la leyenda.

Brindar un homenaje a este gran músico salteño de proyección universal recordando su figura y su talento, es un ejemplo para las futuras generaciones que heredarán sus canciones interpretándolas y entre silbidos los changuitos por las calles de Salta jamás lo olvidarán.

Este Cuchi hermoso, que acompañará por siempre a los amantes de la música, fue siempre un gran bromista y solía poner apodos con la sabiduría del pueblo. Si preguntan cómo fue un día de sus días, su hijo el Moro contó una vez “que un 15 de julio a la noche cuando reinaba el frío, se apareció en su casa con albahaca en las orejas, papel picado y serpentina por todo el cuerpo, que preguntado de dónde venía con esa traza tan fiestera, respondió que venía de carnavalear. Parece que le habían abierto una carpa para él solo”.

El Cuchi, además, fue un eximio profesor de historia y literatura en el colegio Nacional de Salta, fue un gran cocinero, bohemio empedernido, abogado y poseedor de cargos oficiales que lo acompañaron hasta que lo cambió por la delicia de hacer y regalar su música. 

Supo de distinciones en distintos países, ciudadano ilustre de los salteños, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Tucumán y profesor honorario de la UNSa. 

¿Qué diablos piensa el hombre cuándo no quiere irse de su pago? ¿Qué lo arraiga tanto a su suelo natal? Porque el Cuchi de salteño nomás, decidió un día quedarse en su tierra para cruzar zambas con bagualas y chacareras con yaravíes. Porque pensó que la música tenía algo de Dios y algo de demonio escondido entre las teclas blancas y negras de su piano incomparable.

Dicen que el Cuchi le arrancó al piano modulaciones y melodías que le dieron a la zamba ese vuelo salteñísimo y aristocrático, entre salones y boliches, teatros y cantinas, entre ricos y pobres, entre la copla hispana y la agreste baguala campesina. Y entre sortilegios, encantamientos, musas y una mano izquierda prodigiosa en la digitación sobre el teclado de su risa burlona y su talentosa picaresca comarcana, un día se quedó dialogando solito con su despreocupada inspiración, esa que los genios desparraman a la hora de la siesta en Salta, silbando. Se fue un día de miércoles, a las cinco de la tarde. En primavera. 

Lo recuerdo caminando por el centro de Salta, las manos en los bolsillos, silbando, creando, soñando canciones y nuevos amores, en soledad inspiradora bajo los árboles y el paisaje. Cada calle, cada vereda salteña lo recordará recorriendo en su magnitud de personaje inigualable. El sobrenombre de origen aymara y la flauta de su niñez se le fueron haciendo costumbre de un largo andar.

Y el profesor del querido nacional se va quedando en el recuerdo con sus cuentos y relatos. Lo más jugoso de sus clases eran sus anécdotas. Y siempre riéndose. Sus pantalones con la bota mangas cortas. Su docencia, su mística, su ironía, jamás pasarán desapercibidas.
Septiembre lo trajo y un septiembre se lo llevó. Como lleva y trae la flor de los lapachos, la primavera.

El Cuchi estará siempre volviendo con su música al pago que lo parió. Volverá en cada salteño que no lo extrañará. El Cuchi se quedará en un grito bagualero, en el giro de una zamba o en la boca enamorada de alguna postergada vidala. Quién sabe. Hasta nuestro próximo encuentro, profesor. 

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